Durante la adolescencia somos máquinas de hormonas que logran cambiar toda nuestra anatomía y constitución, nos revolucionan hasta descontrolarnos por completo. Etapa a ciegas, tanteando el camino a cada paso, sobre un suelo del que no conocemos cómo va a reaccionar cuando lo pisemos.
Somos unos auténticos capullos, como el gusano que se sacude por un suelo inhóspito buscando el lugar en que asentarse y poder recapacitar, liándose la manta a la cabeza, hasta que un buen día se despierta y se encuentra ante un mundo nuevo sabiendo quién es y dónde está.
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